Es cierto que la mayoría de las ilustraciones que hago
reflejan el momento que estoy viviendo y me sirve en buena parte como catarsis.
Sin embargo, en el intento de evolucionar y sentirme más cercana al estilo que
pretendo (no sé cuantos años me lleve eso), el sentimiento inicial, en este
caso de un asombro-decepción al descubrir situaciones que alteraron mi vida, va
modificándose en una especie de entusiasmo al ir descubriendo lo que puedo
hacer.
Así en el caso de “La Verdad” quedó atrás la intención inicial de masacrarme un poco con mi masoquismo habitual mientras dibujaba ese rostro, para dar paso no sólo a la satisfacción que mencioné antes, sino a la felicidad de descubrir que una persona se interesó en comprarla. Fue cuando me dí cuenta que soy una novata y mi nula experiencia me llevó a pedir ayuda a tres ilustradores que admiro y a quienes les sigo los pasos desde hace mucho, para mi asombro y beneplacito no sólo respondieron mis dudas, sino que de manera humilde me dieron recomendaciones que me han servido más alla de lo que esperaba, lo que me lleva a pensar que no cabe duda que la gente que de verdad es grande no deja que el humo se le suba a la cabeza, pero esa es otra historia. Gracias a mi sensei Silvana Avila, a mi estimado maestro Art Louga y a el admirable José Quintero, ahora me maravillan más.
Así es como preparé mi primera ilustración digital, impresa en un hermoso papel Fabriano y empacada con delicadeza, se fue directito a la Ciudad de México para buscar un muro en donde vivir, gracias por eso Jesús Estrada.